Los nueve premios de Thomas Bernhard

Fragmento de ‘Mis premios’, de Thomas Bernhard

DOCUMENTO (PDF – 59,25Kb) – 22-10-2009

En el discurso que Thomas Bernhard leyó al recibir el Premio de Literatura de la Libre y Hanseática ciudad de Bremen habló del dolor. Se refirió a los terribles episodios que habían sucedido en la centuria pasada y dijo: «Todos juntos sólo somos en la última mitad de siglo un solo dolor; ese dolor es hoy lo que somos; ese dolor es ahora nuestro estado espiritual». En el relato que dedica a este galardón en Mis premios cuenta que no tenía ni idea de lo que iba a decir hasta media hora antes de dirigirse al ayuntamiento de Bremen. Fue entonces, cuenta, cuando lo invadió una idea: «Con el frío aumenta la claridad». Y se puso a escribir unas cuantas líneas.

Raimund Fellinger, que ha estado a cargo de preparar Mis premios, explica que en el legado que dejó Thomas Bernhard al morir se encontraron papeles diversos. Había, por un lado, distintos esbozos de una extensión que nunca superaba las tres páginas de la novela Terranova, de la que le había hablado seis meses antes de morir a su editor, Siegfried Unseld. Se trataba de un proyecto que iba a tener una longitud similar a Tala, unas 300 páginas, y le había asegurado tenerlo prácticamente terminado. Luego había un texto mecanografiado de unos 50 folios. Corregido, titulado y firmado por el escritor austriaco, y con una nota manuscrita al margen: «9 premios, de 12 o 13». Junto a este material se encontraban otros papeles relacionados con los discursos que le tocó pronunciar cuando recibió algunos de ellos. Estaba, por último, la indicación de que las piezas dedicadas a sus premios debían aparecer junto a esos discursos. Se trata, pues, del último libro que dejó Bernhard preparado para su publicación.

Resulta sorprendente que sea un libro dedicado a los premios, por los que siempre había manifestado el mayor de los desprecios, lo último que dejara Bernhard listo para sus lectores. Lo que ocurre luego en los textos es que la excusa es lo de menos y que, de nuevo, lo que importa es su escritura y su particular forma de enfrentarse a las cosas y de ver el mundo. La llamada «tía» del escritor es uno de los personajes esenciales de muchos de los relatos. Siempre está ahí, como la persona de la que todo depende, como la compañera con la que comparte lo más importante, la que lo anima, orienta, provoca, apoya. Es la mujer por la que siente la mayor de las devociones, la fuerza oculta que mueve los engranajes que le permiten vivir y escribir. Esa «tía» era Hedwig Stavianicek, una mujer 37 años mayor que el escritor y a la que conoció en 1950 cuando estaba ingresado en el sanatorio antituberculoso de Grafenhof. En Viena vivió siempre en su casa, y fue ella la que, como cuenta Miguel Sáenz en su biografía de Bernhard citando a Annemarie Siller, «lo sacó realmente del lodazal».

Raimund Fellinger considera, siguiendo la pista de distintas referencias cronológicas que hace el propio Thomas Bernhard, que Mis premios surgió entre principios de 1980 y finales de 1981. En los nueve relatos, cada uno titulado con el nombre de un galardón, hay mucha narración autobiográfica y, sobre todo, hay mucho humor. El furibundo escritor que metía el dedo en las llagas para explorar a fondo la envergadura de cada una de las heridas de los hombres aparece en estas piezas como un frágil individuo que persigue cualquier oportunidad para sacarle el mayor partido a la vida. Claro que se pasa el tiempo echando pestes de esto y de lo otro, y también de los premios, claro, que casi siempre acepta por el dinero que le proporcionan. «No estoy dispuesto a rechazar veinticinco mil chelines, decía, soy codicioso, no tengo carácter, yo también soy un cerdo», escribe en su pieza sobre el Nacional de Literatura que concede el Ministerio austriaco de Cultura, y en el que consiguió con su discurso irritar a su máximo responsable.

La compra de un traje para presentarse decentemente a recibir el Grillparzer, la compra de su casa en la Alta Austria, la compra de un Triumph Herald, sus habituales provocaciones y desdenes, sus crisis y su enfermedad, su relación con el campo y la ciudad, sus exageraciones y mentiras. Con Mis premios existe otra oportunidad para volver al fascinante mundo de Bernhard. Y esta vez, más que para verse sacudido por ese dolor que somos, y que tan bien supo hurgar, por la risa que provoca y por la oportunidad de asomarse a algunos de sus momentos de mayor felicidad.

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