Los 11 vicios en el uso de la lengua española que más me molestan

corrector de estilo, 11 vicios lingüísticos

Opiniones de un corrector de estilo: Los 11 vicios en el uso de la lengua española que más me molestan

Me llama la atención que en la España del siglo XXI denunciamos (dignamente) diversos tipos de maltratos (animal, escolar, laboral…), pero pasamos por alto otro maltrato, el que infringimos a nuestra lengua, y con el que todos, en mayor o menor medida, colaboramos.

El objetivo de este nuevo post de Opiniones de un corrector de estilo es enumerar los vicios en el uso de la lengua española que más me molestan. ¿Y cuáles son esos vicios lingüísticos? Lo diré en una palabra: todos.

No obstante, para abreviar el catálogo de vicios, le he cortado las alas al adverbio “todo” y he seleccionado once errores o vicios lingüísticos, que desde ahora declaro ciudadanos non gratus.

Sin más dilación, paso a enumerarlos.

1 Escribir los nombres y apellidos con faltas de ortografía.

Por difícil que resulte de comprender, muchas, muchísimas personas escriben en las redes sociales (Facebook, Twitter, etcétera) sus nombres y apellidos con faltas de ortografía. Aceptemos con resignación que una sintaxis y una gramática óptimas no estén al alcance de todos, pero ¡omitir las tildes en tu nombre y apellidos! Es inconcebible tanta dejadez en un espacio que –cabe pensar– supone nuestro escaparate ante el mundo.

Aunque solo sea por cuestiones de imagen, se trata de un error deplorable que desatiende lo que más nos importa: nuestra propia persona. Mi consejo es que subsanéis ese error cuanto antes. Como bien sabéis, la inmensa mayoría de las empresas exploran en las redes sociales los perfiles de los candidatos que aspiran a un puesto de trabajo. Yo os hago una pregunta: si quisierais contratar a alguien (contable, panadero, químico, informático…), ¿preferirías darle el trabajo a Raul Perez Solis o a Raúl Pérez Solís, a Maria Sanchez Rodriguez o a María Sánchez Rodríguez, a Enrique Gomez Sandin o a Enrique Gómez Sandín? (Conste que estos nombres y apellidos los he elegido al azar; no es mi voluntad señalar a nadie en concreto).

La imagen que da aquella persona que escribe incorrectamente su nombre o sus apellidos es de mayúscula desidia. No parece una buena carta de presentación, ¿verdad? Si estos usuarios de las redes sociales son tan poco rigurosos al escribir sus nombres y apellidos (algo que debieran haber aprendido a hacer correctamente en los primeros años del colegio), ¿qué nos impide pensar que son igual de desmañados en cualquier otro asunto?

Omitir las tildes en tu firma puede suponer un lastre a la hora de encontrar trabajo… Y también, quién sabe, puede quitarte puntos a la hora de entablar una relación con tu media naranja (a no ser que esta media naranja sea otro renegado o renegada del idioma).

2 La ausencia de la coma (o comas) de los vocativos

Tan difícil como enumerar las estrellas del firmamento o descifrar el genoma humano es distinguir un vocativo. Esa es al menos la conclusión a la que he llegado después de comprobar que la coma de los vocativos (antes y después, a menos que el vocativo comience o finalice la frase, en cuyo caso nos ahorramos una coma) brilla por su ausencia.

Cuando Laureano se dirige a mí con un “Hola Fran” en vez de “Hola, Fran”, no puedo evitar pensar que la frase “Laureano escribe bien” (un elogio a la buena escritura de Laureano) significa algo muy diferente de “Laureano, escribe bien” (mi petición a Laureano para que se anime a escribir correctamente).

Si queréis saber más sobre el vocativo, os remito al punto 2 de 11 recetas para escribir correctamente la coma.

3 Escribir giros, modismos y expresiones chuscas que están de moda

El ser humano es mimético por naturaleza. No es ninguna sorpresa, pues, que imite los malos usos del lenguaje. (Por qué no copia los buenos usos es toda una incógnita). Y entre esos malos usos están los extranjerismos (“el number one”), los modismos (“sin más ni más”, “mismamente”) o las expresiones chuscas de moda (“sí o sí”, “la verdad es que”, “poner en valor”, etcétera).

¿Recuerdas esas hombreras horrorosas que estaban de moda en los años 80 y en los 90? Eran horrorosas, pero entonces nadie lo sabía. ¡Pero ahora lo sabemos!

Recuerda: el buen gusto es el que perdura en el tiempo. Y las modas lingüísticas y el buen gusto suelen estar reñidos. Por algo será.

4 Escribir leísmos, laísmos y loísmos

Más que el Palacio de Oriente, más que el Parque del Buen Retiro, más que el Museo del Prado, la joya de la corona de la ciudad en la que vivo, Madrid, es el uso indiscriminado de laísmos, leísmos y loísmos: “Al perro de Mario le enterramos ayer”, “La pregunté cómo se llamaba”, o “A Juanjo lo dieron una paliza al salir del cine”.

¡Bochornoso tributo el que le rinde la capital de España a nuestra lengua! Qué pena que dediquemos más tiempo y energías a desenterrar los supuestos huesos de Cervantes que a enterrar a esos vicios del idioma que son los leísmos, laísmos y loísmos.

(Para saber más sobre laísmos, leímos y loísmos: Centro Virtual Cervantes).

5 Abusar de los gerundios

El abuso de los gerundios denota mal estilo de escritura. El gerundio es la forma invariable no personal del verbo, y un pésimo candidato, por tanto, para articular cualquier discurso. Procura naturalizar tu prosa: si escribes muchos gerundios en un párrafo, algo debes de estar haciendo mal.

En una ocasión leí que el director de cierto periódico (de Brasil, me parece), para evitar ciertas incorrecciones, les prohibió a los redactores el uso del gerundio. Muerto el perro, se acabó la rabia. (“No es esto, no es esto”, que diría Ortega).

El gerundio merece menos prohibiciones y más respeto. Prometo escribir un post sobre el tema, pero mientras tanto, por favor, evita el gerundio de posteridad, ese que sugiere un acto posterior en el tiempo en relación con el verbo principal del que bebe.

Veamos un ejemplo:

Reagan nació en Illinois en 1911, siendo presidente de Estados Unidos desde 1981 a 1989.

En esta frase hay un gerundio de posterioridad: “siendo” narra unos hechos a posteriori, acaecidos al menos 70 años después de los datos que leemos en la primera oración (“Reagan nació en Illinois en 1911”).

Hay muchas formas de escribir correctamente esta frase. Yo aporto tres:

Reagan nació en Illinois en 1911 y fue presidente de Estados Unidos desde 1981 a 1989.

Reagan, nacido en Illinois en 1911, fue presidente de Estados Unidos desde 1981 a 1989.

Reagan (Illinois, 1911) fue presidente de Estados Unidos desde 1981 a 1989.

Nota: recuerda que las fórmulas de tratamiento, título o cargo se escriben en minúsculas [RAE, 2010]. Por tanto: “presidente”, no “Presidente”.

6 Abusar de las cursivas

Las cursivas, como las espinacas, me gustan en pequeñas dosis. Ambas son muy nutritivas, pero el exceso de unas y otras provocan gases estomacales.

Me encantan los matices que otorgan las cursivas a una palabra o a un pequeño grupo de palabras, pero cuando el texto en cursivas es muy largo (una carta, un edicto, un artículo periodístico, un prólogo…) tengo serios problemas para perseverar en la lectura.

Recuerdo la frase lapidaria de Federico II el Grande: “El que quiere defender todo no defiende nada”. Parafraseando al rey de Prusia, el que quiere resaltarlo todo no resalta nada.

El abuso de las cursivas contamina en muchos libros los pensamientos de los personajes, quizá en un ejercicio de mímesis de una costumbre propia de autores anglosajones.

Mi consejo: usa las cursivas para destacar un número reducido de palabras.

6 Escribir con demasiado énfasis

Uno de los grandes vicios a la hora de escribir es enfatizar las ideas con signos ortotipográficos: cinco o seis puntos suspensivos (en vez de tres), varios signos de admiración o de interrogación (en vez de uno de apertura y otro de cierre), escribir frases en mayúsculas, escribir negritas, etcétera. Ese exceso enfático (valga la redundancia) me recuerda a mi perra Betty, que eriza el lomo cuando se topa con algún can que no es de su agrado, tratando así de parecer más alta (y por tanto más fuerte) de lo que es en realidad.

7 Comenzar las frases con infinitivos

“Decir que todo ha salido bien”.

“Aclarar que el accidente fue fortuito” [¿hay algún accidente que no sea fortuito?].

“Informar a la población de que no hay riegos para la salud”.

Estas frases revelan la pereza del autor, y no su pericia.

Mejor así:

“Tengo que decir que todo ha salido bien” o “Diremos que todo ha salido bien” o “Afirmo con contundencia que todo ha salido bien”.

“Urge aclarar que el accidente fue [por ejemplo] resultado de un cúmulo de factores que…”.

“Es mi obligación informar a la población de que no hay riegos para la salud”.

8 Abusar de los tres puntos suspensivos

En ocasiones, para indicar el pensamiento divagante de algunos personajes o del propio narrador, el autor recurre al uso de los puntos suspensivos. Pero un paralizar una y otra vez la acción o el pensamiento de los actores en juego mediante puntos suspensivos puede ser una técnica muy cansina. A mí al menos me lo parece.

El gran escritor Louis Ferdinand Céline abusaba mucho de los tres puntos suspensivos, algo que agrada a muchos lectores y críticos. Desde mi punto de vista (y no “Bajo mi punto de vista”), Céline fue un gran escritor no gracias a la saturación de los tres puntos suspensivos sino a pesar de ellos.

9 Abuso injustificado de culturalismos

Un escritor puede ser culto y no culturalista, de igual manera que puede ser culturalista sin ser realmente culto. Un esteticismo que desemboca en el abuso de latinajos y voces extranjeras (citar mucho en francés, inglés o en latín es chic) puede ser igualmente cansino. El autor suele hacerlo para epatar al lector. ¿Y qué significa “epatar”? Pues aunque el DRAE lo defina con otras palabras, “epatar” viene a ser algo así como “aburrir con engreimiento”.

Fuera de los estrechos márgenes de un ensayo, una tesis o un diario intelectualizado, abusar de los culturalismos se lee, ya digo, como un exceso.

10 Sucumbir a los préstamos idiomáticos

Imaginemos esta escena de los mundiales de fútbol: Inglaterra se enfrenta contra España en un partido decisivo. Cinco mil españoles han viajado al país organizador para presenciar el partido y celebrar efusivamente los goles… ¡de Inglaterra! Si lo prefieres, cambia Inglaterra por Estados Unidos y España por Argentina, Ecuador, Colombia, México o Paraguay. ¿Te parece surrealista que los aficionados de un equipo deseen el triunfo del rival? A mí, también.

Una situación que en el fútbol consideraríamos extraña e intolerable tiene triste aceptación en el terreno del idioma. Los hispanohablantes celebramos exultantes de alegría los goles que los anglosajones le meten una y otra vez a nuestro querido idioma. No es que yo sea un purista lingüístico (acepto y uso con agrado expresiones anglosajonas comoparking, jazz, blog o incluso fútbol, que es un calco idiomático de football), pero me parece excesivo la cesión que hemos hecho a la lengua inglesa en ciertas materias, por ejemplo en la tecnología. Deberías indignarnos (aprovechando que está de moda) y rebelarnos contra este exceso de préstamos idiomáticos, calcos y neologismos que hemos adoptado de lengua de William Shakespeare (y también la de David Beckam y Bobby Charlton). Basta ya de tanto self-service (en vez de “autoservicio”), brainstorming (en vez de “reunión creativa” o “lluvia de ideas”) skyscraper (en vez de “rascacielos”),online (“en línea”), weekend (“fin de semana”), software (“programa informático”), babysitter (“canguro” o “cuidadora de niños”), “soporte” (“ayuda”), “reportar” (“comunicar” o “notificar”), “autenticación” (“identificación”), (“medios de comunicación”) o after hour (que muy libremente podríamos traducir como “la hora de los borrachuzos”).

11 Abusar de las apócopes

El palabro “apócope”, procedente del griego apokopé < apokopto, es decir: “cortar”, es definido en Wikipedia con más palabros:

En gramática, una apócope (del griego apokopé < apokopto, “cortar”) es un metaplasmo donde se produce la pérdida o desaparición de uno o varios fonemas o sílabas al final de algunas palabras. Cuando la pérdida se produce al principio de la palabra se denomina aféresis, y si la pérdida tiene lugar en medio de la palabra se llama síncopa. Es una figura de dicción según la preceptiva tradicional.

Aunque a veces se presta a confusiones, el género de esta palabra es femenino.

El origen de “apócope”, más que femenino, es peregrino. La raíz de tanto recorte está en la pereza: preferimos escribir “bici” en vez de “bicicleta”, “tele” en vez de “televisión”, “cole” en vez de “colegio”, “finde” en vez de “fin de semana”.

En la conversación oral todos tendemos, en mayor o menor grado, a acortar las palabras (eso nos concede unos minutos extras para hablar de temas importantes, como el de la climatología), pero creo que un autor serio no debe abusar de las apócopes sin un motivo justificado (por ejemplo, para reproducir de manera mimética la expresividad oral de un personaje).

¿Por qué las palabras citadas han sido recortadas y no otras miles que forman parte de nuestro léxico? ¿Por qué recortamos “fotografía” (“foto”) y no “armario”? ¿Por qué “Álex” (Alejandro) y no “sardinas”? ¿Por qué “Fran” (Francisco) y no “literatura”? Para estas preguntas, como para tantas cosas, no tengo respuestas.

En el Manual de Estilo del diario El País, en el apartado de las abreviaciones, leemos:

9.2. Se admiten las formas apocopadas o abreviamientos que han adquirido carta de naturaleza en el idioma, como ‘cine’, ‘foto’, ‘metro’, ‘moto’, etcétera, los cuales se escribirán en redonda. En cambio, aquellos más propios del lenguaje coloquial, como ‘cole’, ‘depre’, ‘seño’ o ‘profe’, entre otros, sólo podrán usarse puestos en boca de los protagonistas de una noticia, como notas de color. Y en todo caso, escritos en cursiva.

Sin embargo, yo no noto esas diferencias entre unas palabras y otras. ¿Qué es lo que hace que unas hayan “adquirido carta de naturaleza en el idioma” y otras no?

Basta ya de recortes injustificados: la lengua no está en crisis. Y el exceso de apócopes denota un estilo demasiado coloquial.

Francisco Rodríguez Criado: escritor, corrector de estilo, profesor de talleres literarios y creador del blogNarrativa Breve. Ha publicado novelas, libros de relatos, obras de teatro y ensayos novelados. Sus minificciones han sido incluidas en algunas de las mejores antologías de relatos y microrrelatos españolas: El cuarto género narrativo. Antología del microrrelato español (1906-2011). Ed. Irene Andrés-Suárez (Cátedra, Madrid, 2012),Velas al viento. Ed. Fernando Valls (Los cuadernos del vigía, Granada, 2010), La quinta dimensión (Universidad de Extremadura, Mérida, 2009), Soplando vidrio y otros estudios sobre el microrrelato español. Ed. Fernando Valls (Páginas de Espuma, Madrid, 2008), Histerias breves (El problema de Yorick, Albacete, 2006), Relatos relámpago (ERE, Mérida, 2006), etcétera. Es autor de El Diario Down, donde narra en primera persona sus experiencias como padre de un bebé con el Síndrome de Down.

Email: info@narrativabreve.com

110 Drawings and Paintings by J.R.R. Tolkien: Of Middle-Earth and Beyond

110 Drawings and Paintings by J.R.R. Tolkien: Of Middle-Earth and Beyond

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A few years ago, we featured J.R.R. Tolkien’s personal cover designs for the Lord of the Rings trilogy, a series of novels that justifiably made his name as a world-builder in prose (and occasional verse), but rather overshadowed his output as an illustrator. He didn’t just do covers for his own books, either. You can get a sense of the breadth of Tolkien’s visual art at the Tolkien Gateway’s gallery of over 100 images by Tolkien, which reveal the landscapes, letters, interiors, and animals within the creator of Middle-Earth’s mind.

J.R.R._Tolkien_-_West_Gate_of_Moria

Many of these images come with descriptions of their provenance, which you can read if you click on their thumbnails in the gallery. At the top of the post, you’ll find Tolkien’s 1927 painting Glaurung Sets Forth to Seek Turin, first published in The Silmarillion Calendar 1978. “The title is in Old English letters, which J. R. R. Tolkien frequently used when writing in a formal style,” says the Tolkien Gateway, noting that, “at the time of the painting the name of the Father of Dragons was Glórund, not Glaurung,” and that “the entrance to Nargothrond is here seen as a single arch, unlike the triple doors seen in other drawings.” (Leave it to a Tolkien fan site to have just this sort of information at the ready.)

J.R.R._Tolkien_-_The_Hall_at_Bag-End,_Residence_of_B._Baggins_Esquire_(Colored_by_H.E._Riddett)

We also have here Tolkien’s crayon drawing of the West Gate of the Moria, a scene described in The Fellowship of the Ring as follows: “Beyond the ominous water were reared vast cliffs, their stern faces pallid in the fading light: final and impassable.” Just above is Tolkien’s rendering of Bag-End, residence of a certain B. Baggins, Esquire, “coloured by H.E. Riddett and first published in the English De Luxe edition and in a new edition of the Dutch translation (both 1976) of The Hobbit.” Just below, you can see his 1911 sketch of the much less fantastical Lamb’s Farm, Gedling.

J.R.R._Tolkien_-_Lamb's_Farm,_Gedling

Beyond perusing the images in the Tolkien Gateway, you’ll also want to have a look at Wayne G. Hammond and Christina Scull’s book, J.R.R. Tolkien: Artist and Illustrator. Some Tolkien enthusiasts will, understandably, prefer to keep their personal visualizations of the Lord of the Rings universe unsullied by non-textual imagery such as this, but if all of Peter Jackson’s megabudget film adaptations didn’t sully you, then Tolkien’s mild, almost rustic but still solemnly evocative drawings and paintings can only enrich the Middle-Earth in your own mind.

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Colin Marshall writes on cities, language, Asia, and men’s style. He’s at work on a book about Los Angeles, A Los Angeles Primer, and the video series The City in CinemaFollow him on Twitter at @colinmarshall or on Facebook.

Carlos Fuentes: sus palabras finales?

Un mural con el rostro de Carlos Fuentes / GETTY IMAGES

Sesenta y seis. Esos son los años que estuvo atrapado Carlos Fuentes por la verdadera pasión de la literatura. Sesenta y seis años que hay entre el descubrimiento que hizo de El conde de Montecristo, a la edad de 17 años, y la escritura de sus dos últimos libros: Personas y Federico en su balcón que dejó a los 83 años, antes de morir el 15 de mayo. El primero son unas memorias sobre los personajes que conoció y el segundo una novela en la que salda cuentas con Nietzsche.

No es solo el legado póstumo de uno de los escritores e intelectuales más relevantes del mundo hispanohablante del último medio siglo. “El significado de Federico en su balcón”, explica Pilar Reyes, editora de Alfaguara que publicará la novela a finales de año, “es que Fuentes nunca pensó que fuera el último. Pero ahora cobra una gran dimensión simbólica. Resume dos aspectos: el Fuentes ciudadano y el literario e intelectual. Es una reflexión sobre el poder y la decisión moral en las pequeñas cosas de la vida. Una especie de combate entre lo público o el poder que incide en la vida de todos y las decisiones pequeñas y privados”.

La novela empieza envuelta en la luz donde se encuentran la noche y el día, una “aurora lenta y despiadada”. Lo vive Dante Loredano, trasunto de Fuentes, que ve cómo en el balcón de al lado un hombre mira la noche “con un vasto sentimiento de ausencia”. Asomado a esa calle literaria de una ciudad que afronta una revolución social contra la oligarquía del poder económico y social, Carlos Fuentes traza el círculo de su vida.

Federico en su balcón

Carlos Fuentes

A VALENTÍN FUSTER, MÉDICO.

I De la paz el arcángel divino

Federico (1)

Lo conocí por casualidad. Era una noche más que caliente, pegajosa, enojosa, inquieta. Una de esas noches que no alivian el calor del día, sino que lo aumentan. Como si el día acumulase, hora tras hora, su propia temperatura sólo para soltarla, toda junta, al morir la tarde, entregársela, como una novia plomiza y mancillada, a la larga noche.

Salí de mi cuarto sin ventilación, esperando que el balcón me acordase un mínimo de frescura. Nada. La noche externa era más oscura que la interna. A pesar de todo, me dije, estar al aire libre pasada la medianoche es, acaso psicológicamente, más amable que encontrarse encerrado sobre una cama húmeda con el espectro de mi propio sudor; una almohada arrojada al piso; muebles de invierno; tapetes ralos; paredes cubiertas de un papel risible, pues mostraba escenas de Navidad y un Santaclós muerto de risa. No había baño. Una bacinica sonriente, un aguamanil con jarrón de agua –vacío–. Toallas viejas. Un jabón con grietas arrugado por los años.

Y el balcón.

Salí decidido a recibir un aire, si no fresco, al menos distinto del horno inmóvil de la recámara.

Salí y me distraje.

Y es que en el balcón de al lado, un hombre se apoyaba en el barandal y miraba intensamente a la gran avenida, despoblada a esta hora. Lo miré, con menos intensidad que su visión nocturna. No me devolvió la mirada ¿Quién sabe? Unas espesas cejas caían sobre sus párpados. ¿Qué decía? Unos bigotes largos y tupidos ocultaban su boca. Sólo que entre ambos –cejas, bigote– aparecía una desnudez que al principio juzgué impúdica, como si el solo hecho de ser áreas limpias las hiciese tan desnudas como un par de nalgas al aire. Lo limpio de ese rostro cubierto de cejas y bigotes conducía a una idea perversa de lo lampiño como lo impuro, sólo por ser distinto de la norma, pues la abundancia de cejas y bigote parecían, en este hombre, ser la regla.

Sólo que al verlo allí, en el balcón vecino, mirando a la noche con un vasto sentimiento de ausencia, sentí que mi primera impresión, como toda primera impresión, era falsa. Aún más: yo difamaba a este hombre; lo difamaba porque me atrevía a caracterizarlo sin conocerlo. Deducía de un par de signos externos lo que el hombre interno era. Mi vecino. ¿Cómo se llamaba? ¿Cuál era su ocupación? ¿Su estado civil? ¿Casado, soltero, viudo? ¿Tenía hijos? ¿Tenía amantes? ¿Qué lengua era la suya? ¿Qué había hecho para ser memorable? ¿O se resignaba, como la mayoría de todos, al olvido? ¿Se dejaba llevar por un cómodo anonimato de la cuna a la tumba, sin ninguna pretensión de durar o ser recordado? ¿O era este ser humano, mi vecino, portador de una vida secreta, valiosa por ser secreta, no manoseable por el mundo? ¿Una vida propia vestida de anonimato pero portadora, en su seno, de algo tan precioso, que mostrarlo lo disolvería?

Pensaba en mi vecino. En realidad, pensaba en mí mismo. Si estas preguntas venían a mi ánimo, ¿se referían al pensativo y ausente vecino? ¿O eran las preguntas sobre mí mismo que me hacía a mí mismo? Y de ser así, ¿por qué ahora, sólo ahora, en la distante compañía del hombre próximo, me hacía preguntas sobre él que en verdad era una manera de cuestionarme a mí mismo?

Mis preguntas fueron sorprendidas por el amanecer. De la noche que evadí en mi recámara, salí a una aurora que duraba más en mi memoria que en mi imaginación. ¿Era más breve que mi recuerdo? ¿Era más duradera que mi imaginación? Hubiese querido comunicarle estas preguntas, que no tenían respuesta solitaria, a mi vecino. La luz se avecinaba. Precedía al día. No lo aseguraba. Tuve, por un instante, la sensación de vivir un amanecer interminable en el que ni la noche ni el día volvían a manifestarse. Sólo ocurría esta incierta hora, que yo sabía pasajera, convertida en eternidad.

La jornada se avecinaba, renovada y ajena a nosotros. Vivos o muertos, estuviésemos o no aquí, despoblada la tierra y suficiente a su retorno eterno. Nada en el mundo salvo el mundo mismo. Ignoro si la tierra dejada a su propio circular, pensaría en sí misma, sabría que era “tierra”, entendería que era parte de un sistema planetario, y si el universo mismo dudaría entre ser infinito, idea inconcebible, sin principio ni fin. Otra realidad. La realidad.

Que en este momento era yo con mi vecino el bigotón, mirando el amanecer.

El eterno amanecer. La noción me llenó de pavor. Si el día no llegaba aunque la noche hubiese terminado, ¿en qué limbo de las horas quedaríamos suspensos para siempre? Quedaríamos. Mi vecino y yo. Quise adivinar su mirada, imprevisible debajo de las tupidas cejas. ¿Cerraba los ojos, dormitaba acaso, ajeno a mi presencia aguda aunque inquisitiva? O miraba, como yo, esta aurora lenta y despiadada. Sin piedad: ajena a nuestras vidas. Desinteresada en nuestra necesidad de contar con noche y día a fin de arreglar… ¿Qué cosa? ¿Necesitamos de verdad día y noche para despertar o asearnos, desayunar, salir al trabajo, frecuentar colegas y amigos, almorzar por segunda vez, leer, mirar al mundo, tener amores físicos, cenar, dormir? La vuelta impenitente –imperturbable– de nuestras vidas, dictada por un ciclo en todo ajeno a nuestros propósitos, en todo indiferente a nuestras actividades (o falta de ellas).

¿Tendría, yo, el valor de despojarme de horarios, funciones, deseos y someterme a un amanecer sin fin que me liberase de cualquier ocupación? Quizás así sería el paraíso: una aurora interminable que nos eximiese de toda obligación. Aunque, mirando al hombre silencioso en el balcón de al lado, imaginé que así, también, sería el infierno: un amanecer jamás concluido. Liberación. O esclavitud. Vivir para siempre en el amanecer del mundo. Cautiverio. O liberación. Ser un ave que sólo vive un día. O un águila eterna que vuela sin destino buscando lo que ya no existe: el día para volar, la noche para desaparecer. Ni siquiera un meteoro, a esta hora temprana, para hacernos creer que todo, muy pronto, se moverá…

Él me miró desde su balcón. Medio metro entre el suyo y el mío.

Me miró como se puede mirar a un extraño. Descubriendo, de súbito, a un reconocido. Quiero decir que el hombre mi vecino me miró primero como a un desconocido. Enseguida, descubrió una semejanza. Sus ojos me dijeron que si no me conocía, reconocía en mí una identidad olvidada. Yo hice un esfuerzo, no demasiado penoso.

¿Dónde había visto antes a este hombre?

¿Por qué me parecía tan familiar este desconocido? ¿Tan reconocible, por lo visto, como yo a él?

¿Ya leíste la prensa? –me preguntó de repente–.

No –le conteste, un poco sorprendido por el tuteo más que por la pregunta misma–.

Aarón Azar –dijo entonces, como si recordase lo previsible–.

¿Qué…? –exclamé o pregunté, no sé…–.

¿Lo mataron? ¿Logró huir? ¿Está escondido? ¿Lo escondieron? –las preguntas de mi vecino se disparaban como balas–.

No sé… –fue mi débil excusa–.

Por lo menos, ¿sabes si Dios ha muerto? –concluyó antes de retirarse del balcón–. ¿Qué sabes?

Nada ¿Cómo te llamas?

Federico. Federico Nietzsche.

Tomas Tranströmer, premio Nobel de Literatura

Nacido en Estocolmo en 1931, es también conocido por su labor como traductor.- La Academia sueca le premia por sus «imágenes condensadas y translúcidas», que dan «acceso fresco a la realidad»

El poeta sueco Tomas Tranströmer es el ganador del Premio Nobel de literatura 2011 «porque, a través de sus imágenes condensadas y translúcidas, nos da un acceso fresco a la realidad», según el dictamen de la Academia sueca. El sucesor de Mario Vargas Llosa en el galardón más importante de las letras nació en Estocolmo el 15 de abril de 1931 y, además de su obra poética, ha destacado como traductor. EL PAÍS ofrece mañana una entrevista con el premiado. Hoy adelantamos un extracto de esta charla, así como la crítica de su nueva antología Deshielo a mediodía, publicada por Nórdica.

El premiado se ha mostrado «contento» y «emocionado» tras conocer la noticia. «No creía que podía llegar a vivir esto», ha dicho su mujer, Monica, a medios digitales suecos desde su casa de Estocolmo. Según su esposa, el poeta «se siente cómodo con todas esas personas que vienen a felicitarlo y a fotografiarlo».

Psicólogo de oficio, Tranströmer sufrió en 1990 un ictus que le paralizó la mitad derecha del cuerpo y le produjo una afasia que le impide hablar, pero no escribir. Ni tocar el piano. De hecho, en la entrevista que mañana publicará EL PAÍS con él da cuenta de su sorpresa al descubrir la cantidad de piezas escritas para la mano izquierda. Uno de los grandes enigmas que rodea su figura procede del hecho de que en 1974 había escrito en su poema Bálticos unos versos que ahora se leen premonitorios: «Entonces llega el derrame cerebral: parálisis en el lado derecho / con afasia, solo comprende frases cortas, dice palabras / inadecuadas».

El dictamen de la Academia sueca, recibido con júbilo por los periodistas presentes en el acto a las 13.00, habla de Tranströmer como de un gran creador de imágenes y su uso de la metáfora, virtuoso pero riguroso es, en efecto, una de las marcas más personales de su poesía. El galardón está dotado con 10 millones de coronas suecas (1,1 millones de euros).

Traducido a medio centenar de lenguas

La obra del nuevo Nobel, traducida a medio centenar de lenguas, contiene una docena de libros que se extienden entre 1954 (17 poemas) y 2004 (El gran enigma). En España, la editorial Hiperión publicó en 1991 la antología Para vivos y muertos, traducida por Francisco Uriz y Roberto Mascaró. Este último es el artífice de dos completísimas selecciones, publicadas una el año pasado y otra este mismo mes por la editorial Nórdica. Así, a El cielo a medio hacer -que incluía también la breve autobiografía en prosa del premiado- se le acaba de unir Deshielo a mediodía.

«Es una enorme alegría», ha declarado Mascaró, poeta y traductor uruguayo. «Su poesía demuestra que las lenguas son barreras superables, como queda claro al ver que llega a países como el mío, Uruguay, o a El Salvador, donde estoy ahora en un festival internacional de poesía». «Siempre he tenido la certeza de que su poesía es universal, aporta a la paz y a la comprensión de las etnias, sobre todo en esta etapa de la humanidad donde estos problemas aún no están superados. Digo esto porque me lo indica el hecho de conocerlo desde hace 30 años, cuando llegué a Suecia y me convertí en su traductor al español. Entonces lo llamé tímidamente por teléfono y me aceptó», ha agregado Mascaró.

Tranströmer es hijo de una maestra de escuela y de un periodista, en 1956 se licenció en Historia de la Literatura, Psicología e Historia de las Religiones por la Universidad de Estocolmo. Entre los años 1960 y 1966 trabajó como psicólogo en la prisión juvenil de Roxtuna, en las afueras de Linköping, en el sur de Suecia.

El poeta leonés Antonio Colinas ha calificado a Tranströmer de «un gran y auténtico poeta». «Algunas veces la Academia sueca nos asombra con algún premio provocador o raro, pero Tranströmer tiene una obra muy interesante atravesada por el misterio que se encuentra, en ocasiones, en el lenguaje cotidiano», ha dicho.

Séptimo sueco nobel

Tranströmer es el séptimo escritor sueco en ganar el premio Nobel. Los últimos fueron, en 1974, Eyvind Johnson y Harry Martinson ex aequo. El poeta sueco estaba en el grupo de favoritos para este año. Le acompañaban en las apuestas el japonés Haruki Murakami, el coreano Ko Un, el estadounidense Philip Roth, el australiano Les Murray, el poeta sirio Adonis e incluso el cantautor Bob Dylan.

Entre los últimos galardonados con el Premio Nobel de Literatura figuran Mario Vargas Llosa, Herta Müller, Jean-Marie Gustave Le Clézio, Doris Lessing, Orhan Pamuk, Harold Pinter, Elfriede Jelinek o John M. Coetze.

Poema ‘Allegro’

Tocó Haydn después de un día negro

y siento un sencillo calor en las manos.

Las teclas quieren. Golpean suaves martillos.

El tono es verde, vivaz y calmo.

El tono dice que hay libertad

y que alguien no paga impuesto al César.

Metro las manos en mis bolsillos Haydn

y finjo ser alguien que ve tranquilamente el mundo.

Izo la bandera Haydn -significa.

«No nos rendimos. Pero queremos paz».

La música es una casa de cristal en la ladera donde vuelan las piedras, donde las piedras ruedan.

Y ruedan las piedras y la atraviesan

pero cada ventana queda intacta.

Del libro El cielo a medio hacer (1962), incluido en la antología Deshielo a mediodía (Editorial Nórdica). Traducción de Roberto Mascaró.

La obra de un hombre interesado por la música y la naturaleza

La trayectoria poética de Tomas Tranströmer comenzó en 1954, cuando, después de publicar poemas en diferentes revistas, salió a la luz su primer libro, 17 poemas, en el que se notaba su interés por la naturaleza y la música «que caracteriza una gran parte de su producción», según el comunicado de la Academia sueca. Sus siguientes poemarios Hemligheter pa vägen (Secretos en el camino, 1958), Den halvfärdiga himlen (El cielo a medio hacer, 1962 y traducida al castellano en 2010) y Klanger och spar (Tañidos y Huellas, 1966) le confirmaron como «uno de los principales poetas de su generación», prosiguió la Academia.

En 1974 escribió Östersjöar (Bálticos), que recoge fragmentos de una historia familiar de Runmarö, una isla del archipiélago de Estocolmo donde su abuelo materno trabajaba como práctico del puerto y donde Tranströmer pasó muchos veranos de niño. Otros recuerdos de su infancia y juventud aparecen en su libro de memorias Minnena ser mig (Poemas selectos y Visión de la Memoria, 1993, traducido al castellano en 2009).

‘Claraboya’, novela inédita de José Saramago

El autor terminó la obra con 30 años y, al no ser publicada, decidió no entregar ningún otro escrito durante 20 años

Portada portuguesa de 'Claraboya', de Saramago

Portada portuguesa de ‘Claraboya’, de Saramago- FUNDACIÓN JOSÉ SARAMAGO

La Fundación José Saramago anunció el sábado pasado la publicación a mediados de octubre, en Portugal y Brasil, de Claraboya una novela que el fallecido nobel portugués acabó con 30 años recién cumplidos (a principios de la década de los años 50) y tras la cual mantuvo un silencio creativo de dos décadas. Ese silencio «de alguna manera, tiene su origen en la falta de respeto con que el autor se sintió tratado», señala la institución en un comunicado. La obra está disponible en formato digital desde el sábado.

 El escritor entregó esta segunda novela a un amigo con relaciones en el mundillo editorial, relatan desde la Fundación. Durante años no sólo no recibió respuesta de la editorial, sino que tampoco pudo recuperar el original enviado.

40 años después de aquello recibió noticias de que «en una mudanza» la editorial (ahora ya sí muy interesada en publicar Claraboya) había hallado el manuscrito. El autor consideró que habían pasado demasiados años como para publicar ese texto, pero dejó manos libres a sus herederos por si querían que viera la luz tras su fallecimiento.

La obra, previsiblemente, será publicada en castellano, catalán e italiano en primavera. Mientras tanto, en su blog (El cuaderno de Saramago) se irán publicando fragmentos diarios del libro «como si de un puzle se tratase y sin llegar a contar la historia de que Claraboya narra», indican las fuentes.

Autores en penumbras

Es un misterio y una paradoja que creadores excelentes no hayan conquistado al gran público. En España hay narradores que merecerían salir de esa sombra y tener más lectores, algunos con libros recientes como Cabré, Hidalgo Bayal, Rosa, Gutiérrez…

Ilustración de Fernando Vicente

De izquierda a derecha: Julián Ríos, Menchu Gutiérrez, Ramón Saizarbitoria, Esther Tusquets, Juan Eduardo Zúñiga y Rafael Chirbes.- ILUSTRACIÓN DE FERNANDO VICENTE

Hay un momento del amanecer, justo antes del alba, que muchos disfrutan y admiran. Es un instante celeste del crepúsculo que puede parecerse al lugar que habitan excelentes artistas y creadores a quienes los caprichos del azar les impiden ser apreciados por el gran público.

Siempre han existido y siempre existirán personas en ese punto fronterizo de la penumbra. Ahí está un grupo de escritores españoles de destacada trayectoria, con prestigio entre la crítica, respetados por las publicaciones culturales y admirados por sus colegas, pero sin la repercusión, visibilidad y el número de lectores que su nivel literario merece. Muchos de ellos con importantes premios e incluso reconocidos en el extranjero, pero que no han terminado de conquistar al público de su país. Aunque ahora es un buen momento para que los lectores desafíen ese sino discreto de varios de esos narradores que han publicado en el último año con elogiosas críticas. Desde Juan Eduardo Zúñiga, hasta Jaume Cabré, pasando por Menchu Gutiérrez. Al igual que ha ocurrido con otros autores de la misma estirpe, pero más jóvenes, que han buscado dar el gran salto recientemente, entre ellos Isaac Rosa, Marcos Giralt Torrente, Francesc Serés, Nuria Barrios, Antonio Orejudo, Joaquín Berges y Ricardo Menéndez Salmón. Un recorrido por los autores del siglo XX eclipsados por el azar lo cuenta José-Carlos Mainer en la apertura de este Babelia, en la página 2.

Y queda claro que «eso que llaman Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y sobre todo ciega, y, así, no ve lo que hace, ni sabe a quién derriba ni a quién ensalza», según Miguel de Cervantes.

Palabras centenarias que, no en vano, resuenan hoy porque «el consumo literario es un fenómeno viscoso y maleable por definición, incluso cuando pretende ser dirigido por campañas de marketing: lo natural es su movilidad y la provisionalidad de sus resultados. Pero es llamativo en la cultura española un fenómeno más o menos reciente: la concentración de numerosos narradores de calidad, justo por debajo de la línea de sombra que separa la celebridad popular del consumo minoritario y más o menos exquisito», afirma Jordi Gracia, escritor, catedrático de Literatura Española y crítico de Babelia. Para demostrarlo, recuerda que «autores como Rafael Chirbes o como Fernando Aramburu parecen estar en esa zona a media luz pese a la fuerza y regularidad de su literatura y la calidad excepcional de algunos de sus libros, mientras que otros autores tan prolíficos y efectivos y en varios géneros como Andrés Trapiello y, sobre todo, Miguel Sánchez-Ostiz tampoco han atrapado un público netamente masivo, quizá abrumado por la envergadura misma de sus obras o por la heterodoxia de sus proyectos literarios. La calidad de mundo propio de ambos está lejos de su valor de mercado». Una situación que parece garantizar su continuidad en autores más jóvenes: «A Pérez Andújar en Cataluña le leemos por las crónicas de EL PAÍS, pero su novela Los príncipes valientes es excelente y podría ser popular, del mismo modo que la estructura cortada y el laconismo dramático de Eduard Márquez delatan a un espléndido escritor con un potencial comercial que no ha alcanzado. Sigue siendo un misterio el mecanismo por el que un autor abandona la zona de sombra iluminada para quedar por fin a pleno sol».

Nadie tiene la respuesta. Pero lo que algunos sí hacen es creer en ellos al margen de brillos populares. «No creo que puedan detectarse características comunes entre escritores de alto nivel literario y con una trayectoria prestigiosa, pero que no hayan obtenido el debido éxito de público. En cambio, sí sería más fácil encontrar factores bastante similares y comunes entre escritores de aliento literario bastante más modesto, pero sí con una gran aceptación por parte del público», reflexiona Beatriz de Moura, editora de Tusquets. Su experiencia la lleva a bifurcar el enigma: «Lo que me inquieta son los autores de altísimo nivel, con obras también muy leídas hace tan solo 15 años y que hoy parecen haber perdido el favor del público. No creo tanto en que esto se deba a ‘caprichos injustos’, sino a profundos y poco explorados cambios sociales aún en evolución y todavía en plena confusión. Me gustaría, por ejemplo, resucitar al final del siglo XXI para saber cómo se habrán apañado los nietos de los padres de esta segunda década para dar acomodo a tanta oferta de ocio y a la lectura en cualquiera que sea el soporte».

Hoy es el amanecer de un mundo dual, impreso y electrónico, donde sólo el 58% de los españoles dice leer al menos una vez a la semana. Donde la resonancia de los escritores tiene varias vías cuyas repercusiones entran dentro de un «enigma sociológico», según J. Ernesto Ayala-Dip, crítico literario de Babelia. «Hasta Soldados de Salamina, Javier Cercas era un autor de minorías, con novelas y cuentos publicados. ¿Era mejor el Cercas exitoso que el Cercas minoritario? No me atrevería a afirmarlo, incluso creo que una novela como La velocidad de la luz es superior a Soldados de Salamina, pero el éxito no se repitió. Así que me parece que lo más sensato es seguir escribiendo al irrenunciable dictado de un proyecto narrativo y dejar que la suerte juegue su papel. Así lo siguen haciendo autores tan minoritarios como dueños de una sólida poética: Javier Tomeo, Juan Eduardo Zúñiga, Luciano G. Egido, Ramiro Pinilla, Menchu Gutiérrez, Justo Navarro, J. A. González Sainz, Julián Ríos, Gonzalo Hidalgo Bayal, Irene Gracia, Vicente Molina Foix, José Carlos Llop y Esther Tusquets. Así como su relevo en Juan Francisco Ferré, Javier Saiz de Ibarra, Marta Sanz, Manuel Vilas, Andrés Barba o José Ovejero».

A la bifurcación de Beatriz de Moura, sobre el misterio de los altibajos de la notoriedad, se suma otra de Ayala-Dip para convertir esto en un jardín borgeano con senderos que se bifurcan: «Veamos otro fenómeno. España es una nación con cuatro lenguas. Cada una de ellas produce su correspondiente territorio de ficción. El escritor vasco Bernardo Atxaga, por ejemplo, es consagrado dentro y fuera de su comunidad lingüística, pero no su paisano Ramón Saizarbitoria, de igual solidez y mundo propio. Hace unos años se publicó Las voces del Pamano, del escritor catalán Jaume Cabré. No recuerdo que nadie, fuera de Cataluña, pero en España (porque en Alemania, como Rafael Chirbes, es un autor consagrado), me hablara de esta novela y ya no digamos de su obra. ¿Alguien fuera de Cataluña, pero en España, me habla de Baltasar Porcel, de Jesús Moncada o de Imma Monsó? Prácticamente nadie. ¿Explicaciones ante tanto misterio? Un poco de todo. Desidia, fabricación de conflictos donde no los hay, falta de información y un Ministerio de Cultura que debería hacer algo por el conocimiento de sus propias literaturas».

Nada está escrito. Incluso en el momento menos pensado hay autores que abandonan esa línea de sombra. Da igual si han estado veinte años en ella, como el citado Javier Cercas, que se aproxima al tema con estas palabras: «Siempre escribes lo mejor que sabes. Que se lean o no tus libros ya no es asunto tuyo, aunque naturalmente se agradece mucho que se lean». Su vida es un arquetipo de esta clase de escritores. En sus primeros veinte años como autor, Cercas dice que nunca se presentó a un premio literario y que creía que lo normal era tener 400 lectores, sin que por ello se sintiera marginado. Recuerda incluso, riéndose, que se publicó una antología donde se suponía que debían aparecer todos los escritores de su generación. Y aparecían casi todos, en efecto, salvo él. «Hasta que de repente, cuando casi tenía 40 años publico un libro más, o que para mí era un libro más, en nada esencial distinto de los anteriores, y empieza a venderse, y a leerse y me hacen caso. ¿Por qué? No se sabe». Cercas aclara que ningún autor «mínimamente serio busca la notoriedad por la notoriedad. Lo que busca es hacer bien su trabajo, a ser posible sin quejarse de si tiene más o menos lectores». Él por lo menos no tenía la menor intención de dejar de escribir. «Como tampoco han dejado de hacerlo escritores excelentes como Zúñiga, Justo Navarro, Gonzalo Hidalgo Bayal o Ignacio Vidal-Folch. Lo normal es tener pocos lectores, aunque, por supuesto, es maravilloso que lo que uno hace le guste a la gente». Por eso quisiera que otros autores más jóvenes tuvieran más repercusión, como Gonzalo Calcedo, Ismael Grasa, Félix Romeo y A. G. Porta.

Dos de esos escritores prestigiosos que permanecen en ese crepúsculo son Rafael Chirbes y Menchu Gutiérrez. El autor valenciano y premio Nacional de la Crítica 2007 por Crematorio coincide con Cercas en que él escribe al margen del número de lectores y sin quejarse. La explicación más cómoda de la falta de repercusión entre el gran público, según Menchu Gutiérrez, autora de títulos como La mujer ensimismada y El faro por dentro, «sería decir que se debe a la creciente crudeza del negocio editorial. Digamos que los potentes focos que iluminan al libro ganador no permiten distinguir la luz de la vela que ilumina a esos otros libros, pero la razón fundamental de que determinadas obras tengan más o menos lectores depende finalmente de cuestiones más misteriosas que las de su mera visibilidad. Casi todas mis respuestas a esa pregunta llevan un «quizá» delante. No estamos hablando de un lector particular que busca una lectura acorde a un estado de ánimo particular, sino de un grupo representativo de lectores que ilustra el momento actual. Y creo que el mayor aglutinante de ese grupo tiene que ver con la forma de sentir el tiempo. Si algo retrata a nuestra época es la celeridad, y en el fondo ese foco y esa luz de vela de la que hablaba antes sirven también para explicar que los libros tienen relojes interiores que deben sincronizarse con los relojes de los lectores. En cualquier caso existe una alternancia en la manera de sentir el tiempo, en las formas que adopta la sensibilidad de una época, y también que es preciso aceptar el hecho de que muchos lectores no quieran practicar la espeleología o seguir a un autor al interior de un laberinto. Y eso es lo que la mayoría de estos libros, entre los cuales estarían los míos, demanda al lector».

Luces, sombras, brillos y eclipses misteriosos que el autor no controla, como escribe Antonio Muñoz Molina al recordar hoy su experiencia en su columna Ida y vuelta, titulada Azares del oficio, con la cual Babelia cierra este especial. Entonces, destellan en esa línea de sombra, las palabras de Vicente Aleixandre: «Para todos escribo. Para los que me leen sobre todo».

Lecturas

Jaume Cabré, Yo confieso (Destino). Francisco Ferrer Lerín, Familias como la mía (Tusquets). Gonzalo Hidalgo Bayal, Conversaciones (Tusquets). Justo Navarro, El espía (Anagrama). Irene Gracia, El beso del ángel (Siruela). Menchu Gutiérrez, El faro por dentro y La niebla (Siruela). Ramiro Pinilla, Cuentos (Tusquets). Andrés Trapiello, Apenas sensitivo (Pre-Textos). Esther Tusquets, Pequeños delitos abominables (Ediciones B). Juan Eduardo Zúñiga, Brillan monedas oxidadas (Galaxia Gutenberg). Andrés Barba, Muerte de un caballo (Pre-Textos) y Agosto, octubre (Anagrama). Nuria Barrios, El alfabeto de los pájaros (Seix Barral). Joaquín Berges, Vive como puedas (Tusquets). Marcos Giralt Torrente, El final del amor (Páginas de Espuma) y Tiempo de vida (Anagrama). Luis Magrinyà, Cuentos de los 90 (Caballo de Troya) y Habitación doble (Anagrama). Antonio Orejudo, Un momento de descanso (Tusquets). Javier Pérez Andújar, Todo lo que se llevó el diablo (Tusquets). Isaac Rosa, La mano invisible (Seix Barral). Marta Sanz, Black, black, black (Anagrama). Francesc Serés, Cuentos rusos (Mondadori).

Murió Ernesto Sabato

El fallecimiento se produjo en su casa de Santos Lugares. Notable autor y ensayista, escribió «El túnel» y «Sobre héroes y tumbas», entre otras obras clave. Fue titular de la Conadep tras el regreso de la democracia. En 1984 había recibido el Premio Cervantes, el más importante de la literatura en español.

La literatura argentina despide a uno de sus íconos populares. El escritor Ernesto Sábado murió esta madrugada a los 99 años en su casa de Santos Lugares. Autor de «El túnel», «Sobre héroes y tumbas» y «Abaddón el exterminador», entre otras obras, también fue uno de los rostros emblemáticos del regreso democrático, al encabezar la Conadep.

 El fallecimiento fue confirmado por su colaboradora, Elvira González Fraga. «Hace quince días tuvo una bronquitis«, contó en diálogo con Radio Mitre. «Estaba sufriendo hace tiempo, pero todavía pasaba algunos momentos buenos, principalmente cuando escuchaba música«, le contó al canal de cable Todo Noticias.

Según informaron allegados, el velatorio se realizará a partir de las 17 en el club Defensores de Santos Lugares. Allí, Sabato disfrutaba por las mañanas de encendidas partidas de dominó.

Testigo y paradigma de su tiempo, la figura de Sabato adquirió una dimensión diferente luego de la dictadura militar con su labor al frente de la Conadep (Comisión Nacional de Desaparición de Personas).

Lejos de asumir un rol incontrastable, el autor de la trilogía de novelas «El Túnel» (1948), «Sobre héroes y tumbas» (1961) y «Abbadón el exterminador» (1974) fue un escritor y un ser humano polémico, cruzado por sus propias contradicciones, presentes en algunos de sus personajes literarios.

«Nunca me he considerado un escritor profesional, de los que publican una novela al año. Por el contrario, a menudo, en la tarde quemaba lo que había escrito a la mañana«, declaró una y otra vez para referirse a esa obra que marcó las generaciones del 60 y 70 y se desdibujó cuando sus ojos comenzaron a fallar, para ser reemplazada por la pintura.

Sus escritos finales, que incluyen memorias y crónicas de la vejez, constituyen su postrera despedida con la escritura, más allá de algún destello vital como la conmovedora confesión de amor a su colaboradora Elvira Fernández Fraga, hoy al frente de la fundación que lleva su nombre.

Su figura recobró fuerza como portavoz de valores añorados por una sociedad atravesada primero por la dictadura militar y luego por el neoliberalismo de los 90. Su mensaje se concentró en los jóvenes: «Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía -dijo- serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido».

Sabato había nacido el 24 de junio de 1911 en la ciudad bonaerense de Rojas. Iba a ser homenajeado mañana en la Feria del Libro por el Instituto Cultural de la provincia de Buenos Aires, ya que este año iba a cumplir 100 años.

Durante su larga trayectoria, por solicitud del entonces presidente Raúl Alfonsín presidió entre 1983 y 1984 la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), cuya investigación, plasmada en el libro Nunca Más, abrió las puertas para el juicio a las juntas militares.

Sabato en 1984 recibió el premio Miguel de Cervantes, máximo galardón literario concedido a los escritores de habla hispana, por lo cual fue el segundo escritor argentino en recibir este premio, luego de Jorge Luis Borges en 1979.

En 1975, Sabato obtuvo el premio de Consagración Nacional de la Argentina y un año más tarde se le concedió el premio a la Mejor Novela Extranjera en Francia, por Abaddón el exterminador.

 Luego, en 1977 Italia le otorgó el premio Medici y al año siguiente le otorgaron la Gran Cruz al mérito civil en España, y en 1979 fue distinguido en Francia como Comandante de la Legión de Honor.

Toda su obra

Novelas

El túnel (1948)
Sobre héroes y tumbas (1961)
Abaddón el exterminador (1974)

Ensayos

Uno y el universo (1945, junto a Ben Molar y Julio de Caro)
Hombres y engranajes (1951)
Heterodoxia (1953)
El caso Sabato. Torturas y libertad de prensa. Carta abierta al general Aramburu (1956)
El otro rostro del peronismo (1956)
El escritor y sus fantasmas (1963)
Tango, discusión y clave (1963)
Romance de la muerte de Juan Lavalle. Cantar de Gesta (1966)
Significado de Pedro Henríquez Ureña (1967)
Aproximación a la literatura de nuestro tiempo: Robbe-Grillet, Borges, Sartre (1968)
La cultura en la encrucijada nacional (1973)
Diálogos con Jorge Luis Borges (1976)
Apologías y rechazos (1979)
Los libros y su misión en la liberación e integración de la América Latina (1979)
Entre la letra y la sangre (1988)
Antes del Fin (1998)
La Resistencia (2000)
España en los diarios de mi vejez (2004)

¿Quién fue el niño del gueto?

La imagen del Gueto de Varsovia de 1943. | US Holocaust MemorialLa imagen del Gueto de Varsovia de 1943. | US Holocaust Memorial

  • Un libro disecciona la imagen más simbólica del Holocausto judío…Pero no consigue identificar a su protagonista principal

Sal Emergui | Jerusalén

La imagen del niño del gueto de Varsovia, apuntado con un fusil, las manos en alto y la cara aterrorizada, retrata no sólo un momento ordinario del Holocausto; retrata la extraordinaria crueldad nazi aunque no se vea ni una gota de sangre. La imagen vale más que mil palabras; vale años de investigación sobre la maquinaria asesina del Tercer Reich y sobre la angustia de los protagonistas de la foto-símbolo.

En otras palabras, ¿qué ha sido de ese niño? ¿Sobrevivió? ¿Qué pasa con las dos presas judías en primer plano y los tres soldados alemanes a su alrededor?

Preguntas que se hizo Dan Porat, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén y especialista en la Shoa. La imagen del niño se convirtió en su obsesión. En una visita en el 2004 al Yad Vashem de Jerusalén, donde se honra y homenajea a las víctimas del Holocausto, Porat escuchó a un guía explicar que «el niño sobrevivió, estudió Medicina, se convirtió en doctor en Nueva York; hace un año emigró a Israel».

El profesor escuchó sobrecogido. Deseaba creer ese relato para dar un nombre y apellidos a la estampa. Una historia a la cara del niño. Una biografia a la que apoyarse. Quizá, también, como lección de superviviencia al horror. Pero necesitaba algo más que palabras para calmar su curiosidad académica y personal. Conectado a los asustados ojos del niño encerrado en el infierno de 1943, Porat decidió investigar hasta el último rincón de la foto. El resultado es su obra ‘El niño: una historia del Holocausto’ (en otoño, La Esfera de los Libros lo publicará en España), donde sigue e intenta recomponer las piezas del demoledor puzzle visual.

«Muchos supervivientes han dicho que son o creen ser el niño de la foto», comenta Porat que confiesa con tristeza que no ha podido dar con su auténtica identidad. Tampoco confirmar si sobrevivió o, por el contrario, fue asesinado como el millón y medio de niños judíos en los campos de exterminio nazis.

En su trabajo, el profesor pone en duda la teoria más extendida, según la cual el niño es el doctor Tsvi Nussbaum, que hace 31 años afirmó que creía ser el protagonista de la foto. Según él, la imagen se tomó en Varsovia en julio de 1943. Sus padres habían sido asesinados antes en la localidad polaca de Sandomierz, a 125 kilómetros. Porat cree que Nussbaum se confunde. En primer lugar, sostiene el profesor, Nusbaum no estuvo en el gueto en el momento de la sublevación y posterior represión. El crío estaba refugiado con sus tíos en Varsovia pero fuera del gueto. Décadas después, Nusbaum recordó un momento de su infancia en el que fue apuntado por un militar nazi como ocurre en la fotografía. Escenas así se produjeron miles de veces sin que nunca llegaran al objetivo de una cámara.

Porat indica en su libro que si la versión Nussmbaum fuera cierta y la foto hubiera sido tomada en verano, no se entiende por qué las personas fotografiadas iban vestidas con ropa de invierno. Y otra pregunta: ¿Cómo pudo ser en julio si la imagen fue entregada el 2 de junio en un informe especial al jefe de los SS, Heinrich Himmler?

Más fácil parece reconocer la identidad del militar nazi que apunta al niño con su arma. Se trata de Josef Blosche, apodado en el gueto judío como ‘Frankenstein‘ por su extraña y cruel afición (no tan extraña en esos años) de disparar a niños y mujeres judías embarazadas.

La imagen fue tomada, seguramente, por Franz Konrad, un oficial nazi nacido en Austria y apodado ‘el Rey del Gueto’, con todo el significado negativo que uno puede imaginar. Como muchas de sus fotos, quedó registrada en el llamado ‘Informe Stroop’ en honor a su autor, el oficial Juergen Stroop. Encargado de aplastar el gueto en la primavera del 43, Stroop ordenó incendiarlo después. Hecho el trabajo, el oficial escribió unas palabras famosas e infames: «El barrio judío de Varsovia ya no existe».

En la búsqueda del niño judío, Porat se encontró con las tres figuras del lado oscuro: El fotógrafo, el oficial y el soldado. Los tres fueron llevados posteriormente a un tribunal y ejecutados por sus crímenes.

Unos crímenes documentados en millones de papeles, datos, diarios, cartas, testimonios, libros, vestimentas, restos de zapatos, películas y fotos. Aunque pocos objetos tienen la fuerza que irradia la impotencia del niño del gueto de Varsovia. Una imagen vale seis millones de víctimas.

Juan Gabriel Vásquez gana el Premio Alfaguara 2011

Juan Gabriel Vásquez

El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez.- CRISTÓBAL MANUEL

Premio Alfaguara de novela 2011. La historia de un premio literario

VIDEO – GRUPO SANTILLANA – 21-03-2011

– GRUPO SANTILLANA

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Fragmento del ‘El ruido de las cosas al caer’, de Juan Gabriel Vásquez

DOCUMENTO (PDF – 17,97Kb)

El Premio Alfaguara ha recaído este año en uno de los jóvenes autores en lengua española cuya obra más unanimidad ha despertado en los últimos tiempos: el colombiano afincado en Barcelona Juan Gabriel Vásquez. Nacido en Bogotá en 1973, Vásquez ha obtenido el galardón por El ruido de las cosas al caer, una novela que el jurado ha presentado como «un negro balance de una época de terror y violencia», en una capital colombiana «descrita como un territorio literario lleno de significaciones». Para ese balance, el novelista se vale de los recuerdos y peripecias de Antonio Yammara, empezando por la «exótica fuga y posterior caza de un hipopótamo, último vestigio del imposible zoológico con el que Pablo Escobar exhibía su poder». Al dubitativo Yammara se suma la figura de Ricardo Laverde, un antiguo aviador de tintes faulknerianos que ha pasado 20 años en la cárcel y que, en cierto sentido, representa a la generación de los padres del protagonista.

«Un premio como este me sirve para mantenerme firme en mi idea de la literatura», ha señalado el galardonado por videoconferencia. El jurado de la XIV edición del Premio Alfaguara -dotado con 175.000 dólares (133.306 euros)- ha estado presidido por Bernardo Atxaga y compuesto por el escritor venezolano Gustavo Guerrero, la librera madrileña Lola Larumbe (de la librería Rafael Alberti), la actriz Candela Peña, la narradora y directora de la Casa de América de Madrid Imma Turbau, y Juan González, Director Global de Contenidos de Ediciones Generales de España y América.

Juan Gabriel Vásquez, que amplió estudios en París antes de instalarse en Barcelona en 1999, había publicado dos novelas de (extrema) juventud cuando dio a conocer su obra madura (publicada íntegramente en Alfaguara) con el libro de relatos Los amantes de Todos los Santos (2001). Le seguirían las dos novelas que le han consagrado como uno de los grandes escritores de su generación: Los informantes (2004) e Historia secreta de Costaguana (2007). Si las versiones originales cosecharon los elogios de escritores como Mario Vargas Llosa, Juan Marsé, Javier Cercas o Enrique Vila-Matas, sus traducciones fueron ponderadas por, entre otros, John Banville y Colm Toibin. Vásquez es también autor de la brillante recopilación de ensayos sobre literatura El arte de la distorsión (2009).

Hasta el momento han obtenido el Premio Alfaguara de Novela: Caracol Beach de Eliseo Alberto y Margarita, está linda la mar de Sergio Ramírez (ambos ganadores de la primera edición), Son de Mar de Manuel Vicent, Últimas noticias del paraíso de Clara Sánchez, La piel del cielo de Elena Poniatowska, El vuelo de la reina de Tomás Eloy Martínez, Diablo Guardián de Xavier Velasco, Delirio de Laura Restrepo, El turno del escriba de Graciela Montes y Ema Wolf, Abril rojo de Santiago Roncagliolo, Mira si yo te querré de Luis Leante, Chiquita de Antonio Orlando Rodríguez, El viajero del siglo de Andrés Neuman y El arte de la resurrección, de Hernán Rivera Letelier.

Difusión intercontinental

Todos ellos tuvieron una difusión intercontinental y presentaron sus obras en casi todos los países de habla hispana a lo largo del año de promoción. El éxito de sus obras se ha reflejado también en las traducciones contratadas a otras lenguas y en el interés que ha mostrado el cine en algunas de ellas, como la película Son de Mar, dirigida por Bigas Luna y basada en la novela homónima de Manuel Vicent.

 

James Ellroy: «A la caza de la mujer» Primer capitulo

Imagen de la cubierta del nuevo libro de James Ellroy.- MONDADORI

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Primeras páginas de ‘A la caza de la mujer’

DOCUMENTO (PDF – 77,76Kb) – 09-02-2011

Desde los 10 años, a James Ellroy le persigue la sombra de su madre, asesinada en una zona deprimida de Los Ángeles, ciudad en la que éste nació en 1948. En el valle de San Gabriel, «un destierro en unos altos hornos, de blancos incultos y espaldas mojadas empapados, un paraíso de pacotilla», lo recuerda en A la caza de la mujer. «Escribo historias para consolarla a Ella como fantasma. Ella es ubicua y nunca es familiar». En su madre está su origen como narrador «desde que deseé verla muerta y decreté su asesinato» después de que ésta le propinara una torta al saber que prefería vivir con su atípico padre tras su divorcio. Un progenitor de imaginación desmedida -aseguraba haber sido amante de Rita Hayworth o amigo del inexistente Perry Mason de la serie-, que el pastor de la iglesia describía como «el blanco más holgazán del mundo», capaz de espiar a su mujer «para demostrar su relajo moral». Una práctica que enseñó a su hijo y que éste confiesa haber repetido sin dejar marcas desde una década después. Lo ha reconocido en su último libro, A la caza de la mujer (Mondadori), unas memorias lúcidas, crudas, descarnadas y sin censuras previas de un hombre exhibicionista que se bautiza a sí mismo como «el mejor autor de novela policíaca» y «de todo menos un liberal».

Las memorias salen a la venta hoy y Babelia ofrece sus primeras páginas. Su leitmotiv, la frase «Agarraré el destino por el cuello» de Ludwig van Beethoven, con quien se compara y a quien dedica un libro titulado en inglés The Hilliker Curse, en alusión al apellido de soltera de su madre. No recuerda sus lágrimas por su muerte, pero sí su obsesión por la lectura policíaca después de leerse todos los informes de la investigación que cayeron en sus manos.

A la caza de la mujer no es el primer texto autobiográfico de Ellroy, que abordó este título tras concluir su trilogía sobre la historia velada de Estados Unidos (América, Seis de los grandes y la última entrega, Sangre vagabunda, en Ediciones B). En 1996 publicó sus memorias Mis rincones oscuros, libro con un aire policial que contrasta con A la caza de la mujer, una auténtica autoconfesión. Pero toda su obra, como La Dalia Negra, está marcada por la violación y brutal asesinato de su madre aún sin resolver.

A la caza de la mujer nació como un serial en primera persona para la edición estadounidense de la revista Playboy, como antes hiciesen los escritores Gabriel García Márquez, Ian Fleming, Ray Bradbury, Haruki Murakami, Jack Kerouac o Norman Mailer. Pero luego tomó forma de libro. Arranca con su madre o la niñera alemana que le descubrió el sexo a los nueve años, pero hace un repaso a las mujeres que han pasado por su vida: la escritora Erika Schikel, su actual pareja («con la que pienso pasar el resto de mi vida»), además de su ex esposa Helen Knode y otras dos que prefiere no nombrar y que fueron inalcanzables. Unas mujeres que le «dan el mundo y lo mantienen tenuemente seguro» de sí. «Novias, esposas, ligues de una noche, acompañantes de pago», cuenta en A la caza de la mujer. «Cifras modestas al principio. Un frenesí incontable después».

 

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